CINE FORO: “The Shutter Island[1]

Autora: Dra. Celinés Castillo D’ Imperio.

“Este lugar hace que me pregunte algo: ¿Qué es peor vivir como un monstruo o morir como un buen hombre?”

Preguntas como ésta tal vez estén presentes de forma implícita en nuestros consultorios. Y es que: ¿acaso en ese lugar privado y acogedor donde intentamos esclarecer los misterios que determinan los padecimientos de nuestros pacientes no es necesario enfrentar los monstruos que existen desde la más tierna infancia? En la película el Dr. Naehring dice que la palabra trauma significa herida y que las heridas provocan monstruos; por lo tanto, parece que si queremos sanar nuestras heridas no tendremos más opción que encarar los monstruos que ellas puedan haber provocado. Dicha tarea no es nada fácil, por algo mas allá de las dificultades de la realidad externa (tiempo, precios, traslados) resulta tan difícil emprender un psicoanálisis. Los que valientemente deciden hacerlo, la mayoría de las veces, pueden demorar un tiempo significativo para pasar de una psicoterapia, en la cual buscan apoyo o algunas herramientas, a un análisis más profundo de su personalidad, en el cual deberán encontrarse con el buen hombre o la buena mujer que hay en ellos, conjuntamente con los monstruos que habitan en su interior.

Desde siempre esta dicotomía entre el buen hombre y el monstruo ha inspirado la literatura y posteriormente el cine de terror. Inolvidable: “El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde” de Robert Louis Stevenson (1886).

¿Por qué el terror? Vamos al cine o leemos novelas de suspenso para explorar todos esos aspectos de la vida y la muerte que nos asustan sin tener que enfrentarnos realmente a ellos, la muerte, la locura o, lo que es peor, a nosotros mismos convertidos en asesinos o demonios. Así, proyectamos todo esto en los personajes, hostigamos a la muerte, nos burlamos o compadecemos a las víctimas y experimentamos como deliciosos placeres los horrores de la humanidad a través de los tiempos. Muy diferente a esto es encarar nuestras propias fantasías y temores en un psicoanálisis, por lo que es comprensible que el cine de terror cuente con una popularidad imperecedera y gran diversidad geográfica mientras que por el contrario nuestra tarea analítica es bastante impopular.

Otro elemento destacado en el film es el tiempo. “Se acaba el tiempo”, le dice el Dr. Cawley al protagonista que debe curarse ya, para no ser lobotomizado. ¿Cuántos pacientes nos hacen esta misma exigencia? Frases como: “ya tengo mucho tiempo viniendo” o “¿hasta cuándo me pasará esto?” son comunes en nuestra consulta e incluso este malestar puede volverse una resistencia que conduzca a la finalización anticipada del proceso, principalmente cuando se trata de terapeutas inexpertos que pueden sentirse invadidos por la ansiedad del paciente limitando la capacidad de ambos para pensar. A diferencia de una película en la cual se resuelven las incógnitas en 120 min., el análisis resulta mucho más extenso y el acceso a la violencia y sufrimiento más complicado. Por cierto, la neurocirugía muy utilizada en la primera mitad del siglo XX, daba resultados rápidos pero creando zombies.

Ahora, valdría la pena discutir si aun sin pasar por una lobotomía muchos no seccionan su mente para parecer buenos como Andrew condenándose entonces a prescindir de una parte importante de la personalidad mediante la escisión y proyección. Esta disección psíquica interfiere profundamente la vida afectiva y social de quienes la realizan con una única finalidad: a saber evitar hacerle frente al dolor y miedo que aquello que es apartado de la conciencia causa. Revisar la película tal vez nos ayude en esta reflexión. Pasemos al estudio de algunas escenas y personajes.

Shutter Island fue traducida como La Isla Siniestra, no obstante la palabra shutter significa celosía, persiana u obturador. Estos significados nos ubican en el contexto de algo que tapa la visión y obtura el conocimiento. En el desarrollo del film veremos el costo de no poder tomar en cuenta realidades para ser atendidas oportunamente.

En la primera escena el oficial Teddy Daniels vomita en el trayecto a la isla. Lugar en el cual se encuentra el hospital psiquiátrico donde deberá enfrentar la investigación de una paciente desaparecida que luego sabremos que es él mismo, sólo que no acepta su enfermedad. Debe hacerle frente a su propia investigación, de la misma forma que cualquier analizando, y se siente vulnerable por la pérdida de seguridad que le genera su propia locura representada en la institución mental. Vomita por los mareos que simbolizan su confusión y pérdida del equilibrio psíquico que intenta restablecer expulsando en forma oral todo lo que no puede contener dentro de sí por ser tóxico. Esto, en el terreno de lo mental, ya nos ubica en el predominio de la identificación proyectiva como forma de deshacerse de lo que no puede ser metabolizado por el yo debido a su extrema fragilidad. Teddy dice: “es agua, sólo agua, muchísima…” Tratando de entender y calmar su desarreglo. El agua para él representa la muerte en lugar de la vida (Líquido amniótico en el cual flotamos y nos desarrollamos para luego nacer). El agua para Teddy, por el contrario, es muerte, filicidio; una madre que ahoga a sus hijos y que por lo tanto moviliza en él el mayor terror posible de la primera infancia, cuando debido a la extrema vulnerabilidad en la que nos encontramos dependemos absolutamente de esa persona llamada mamá. Por eso el protagonista vomita, tal vez sintiéndose como un niño desprotegido frente a la inmensidad del agua mamá. El dice: “componte” tratando de poner orden dentro de sí mismo, haciendo uso de los recursos sanos con los que cuenta frente a sus aspectos traumatizados o psicóticos que le superan.

En la siguiente escena se encuentra con su socio (partner). Paciente y analista compañeros que conforman una díada para buscar la verdad y sobre todo soportar entre ambos el dolor y la confusión. Sin embargo, el paciente es el jefe, (boss) ya que el proceso se despliega de acuerdo al analizando quien también regula el tiempo.

El nombre del alguacil es Teddy Daniels. Representa aspectos de su personalidad. Teddy el osito de peluche, nos muestra su fragilidad y necesidad de soporte; Daniels la violencia y sadismo que podemos percibir en su participación durante la guerra. El apellido Daniels tiene radicación en Inglaterra, Escocia o Irlanda. Su primera aparición en una obra heráldica fue en 1842, en la cual se describen acciones heroicas, símbolos de guerra y escudos del linaje de este apellido en la Edad Media. Es interesante observar el escudo que muestra una fortaleza sobre el agua, que se asemeja al hospital sobre la isla que contiene, en sus muros sólidos, la locura.

Los cigarrillos que comparten ambos socios aluden a la oralidad y al aspecto adictivo de Teddy que más adelante veremos en su alcoholismo. El adicto está ligado a un objeto malo que es idealizado llevando a la dependencia de una sustancia tóxica. Esta idealización de lo destructivo se relaciona con un vínculo materno en el cual el hijo es muy importante para la madre ya que la completa pero a la vez es el depositario de todo lo que ésta rechaza de sí misma. Aunque desconocemos la historia familiar de Andrew su escogencia de pareja podría orientarnos en el sentido de la madre mala cuya función materna se encuentra gravemente comprometida. En su conversación con Naehring dice irónicamente haber sido criado por lobos y este último le señala sus excelentes mecanismos defensivos, aludiendo a la negación y omnipotencia como defensas maníacas para evitar el contacto con el dolor. En todo caso, tanto en la primera como en la última escena, el terapeuta fuma con su paciente como una señal de que se aproxima a su mundo y de que está dispuesto a acompañarle en su regresión. Al recibir el cigarrillo de su compañero, Teddy dice: “gracias”, en español. Otro idioma, podríamos decir que el director nos prepara para otra forma de comunicación que veremos luego en las escenas subsiguientes. En el proceso analítico llamaremos a este otro dialecto el lenguaje del inconsciente, o proceso primario.

El presagio de una tormenta al acercarse a la isla nos introduce en el clima emocional del protagonista dirigiéndose al encuentro con su realidad psíquica. Este encuentro se produce a través de varias señales: los guardias de seguridad que nos muestran la vigilancia permanente que caracteriza la psicosis paranoide, las armas que simbolizan la agresión, el perímetro electrificado que alude a las defensas esquizoparanoides que protegen al yo en su condición de extrema vulnerabilidad. En el cementerio del hospital observamos un letrero: «Recuérdennos también por cómo vivimos, amamos y reímos» el cual parece aludir a este sanatorio de mediados del siglo XX como un lugar de no vivos. Recordar el ser humano que hay en cada paciente independientemente de su patología puede determinar nuestra apertura y ayudar a manejar la angustia que produce la aproximación a la locura y que el protagonista verbaliza cuando le dice al oficial: «actúa como si la locura se contagiara», frase que evidencia como a través de la IP coloca su propio temor y el rechazo que experimenta frente a su aspecto enfermo en el guardia. Este rechazo le impide conciencia de enfermedad y lo escinde para mantener la negación del dolor psíquico y de la culpa persecutoria llevándolo a construir otra identidad más aceptable como el alguacil en sustitución del asesino. La IP, que determina la empatía e intuición, también le permite captar el temor que los guardias le tienen a él en su condición de enfermo mental violento.

La imagen de una paciente psicótica, deteriorada por la enfermedad y los tratamientos orgánicos invasivos de la época haciendo un gesto de silenciar podría ser contraria a la verbalización como posibilidad de alivio y elaboración. Este silencio propio de la paranoia, fundamenta el pacto con la locura, pero siempre podremos contar con el inconsciente que se encargará irremediablemente y por todas las vías de denunciar la verdad. De estas vías, la más común a todos los seres humanos de cualquier tiempo la constituyen los sueños. La película nos muestra dos.

Primer sueño: Es estimulado por la música de Mahler y el encuentro con el médico alemán que pone en contacto con las experiencias de guerra que desarrollaron en Andrew, a su regreso, un trastorno de stress postraumático. En todo caso, estos elementos son los restos diurnos que se utilizan como vehículos en la conformación del sueño. La música también condensa otro tipo de experiencias de su vida de pareja por lo que Andrew regresa a través del sueño al momento de convivencia con su esposa, en el apartamento en el cual vivían, aún sin hijos. Este último detalle nos lleva a pensar en el deseo inconsciente que también él podía tener volver a la época sin hijos ya que estos representaban una exigencia emocional importante e introducían una separación entre ellos dos. En el sueño hay alusiones a su alcoholismo como defensa ante el trauma de guerra y a su esposa melancólica. Aparecen cenizas que simbolizan la muerte (polvo eres y en polvo te convertirás dice la religión católica) y que condensan las experiencias durante la guerra: prisioneros judíos incinerados en los campos de concentración. También representan objetos fragmentados, pulverizados, característicos de las psicosis graves. El sueño en sí mismo es una ventana hacia la verdad como la que aparece en esta imagen de la ventana que da al lago donde se ejecutan los homicidios que desencadenan el quiebre psicótico en Andrew. Revela la muerte de Dolores, de un disparo. Hay una mezcla de fuego, sangre y agua en una representación a través del fenómeno onírico que comunica tanto el conflicto como la defensa (delirio). El fuego alude al incendio ocurrido y a la vez al delirio de Andrew sobre la muerte de su esposa. También representa lo impulsivo del personaje principal y conjuntamente con la sangre denuncia los homicidios que muestran su destructividad. El agua es una señal del filicidio y duelos no elaborados (lágrimas) y la lluvia alude a la tristeza acumulada que se convierte en huracán, “violencia”, como dice el militar.

En las imágenes de la casa de Andrew, una mesa con un teléfono comunica: muestra el alcoholismo del protagonista (hay una botella y una copa), en él se sumerge para evadir negligentemente su conflictiva y la de Dolores. Vemos también, una escultura de dos caballos, uno más grande sobre otro más pequeño, también podría ser una yegua y un potro. Esta posición me recordó las imágenes en las que el protagonista abraza a su mujer que se va desvaneciendo poco a poco. Él, mas fuerte pero atrapado en su trauma, en su narcisismo patológico, no puede contener a su esposa que se desmorona psíquicamente. Impacta el elemento de muerte presente en ellas. Sin embargo, es posible que las mismas aludan al vínculo con su propia madre, desplazando en Dolores el bebé que hay en él, el potro, en brazos de una madre que tampoco pudo sostenerlo. Muestran un yo frágil con tendencia a la desintegración que se mantiene fusionado con un elemento de muerte (recordemos su alcoholismo y el pacto de no dejar ir a Dolores). La guerra le obliga a colocarse el escudo y la armadura de su apellido ficticio para blindar su fragilidad interna, utilizando las defensas esquizoides, obsesivas y maníacas del mundo militar. No obstante, sus actuaciones violentas y las vivencias traumáticas durante la misma irrumpen en su psique frágil y solo aturdiéndose con el alcohol que le alivia el dolor y la culpa puede evitar su desmoronamiento. A Dolores la ama infantilmente, para él ella es la bebé (baby) y en esa proyección la ignora como hace con sus propios aspectos infantiles (niños soldados que van a la guerra, indiferencia ante sus hijos varones muertos). También ella representa la madre a la cual permanece adherido. La pareja fusionada (él y su madre – él y D.) no acepta la existencia del tercero lo que conlleva a la imposibilidad de asimilar a los hijos (filicidio en complicidad). Asimismo, esta unión incestuosa también puede generar persecución siendo la lobotomía además de un escape a su sufrimiento, un castigo paterno, ejecutado por médicos y enfermeros. Una castración mental. En este sentido, la figura paterna parece odiada y temida como se observa en su relación con Naehring y con los militares de mayor rango. Su vínculo con Chuck, más próximo en edad, parece que intenta reparar la figura paterna pero no hay tiempo. Todas estas hipótesis se desarrollan a partir del material onírico y son reconstrucciones que surgen de las manifestaciones del inconsciente de Andrew pero carecemos de datos acerca de su historia infantil y de sus asociaciones con respecto al sueño, aspectos estos importantes a los cuales podemos acceder en la consulta y que pueden orientarnos cuando se trata de un paciente.

En cuanto a Dolores, es claro que se trata de una personalidad muy frágil, con un profundo sufrimiento que parece haberla marcado desde el principio de su vida y que se refleja en su nombre. Es como si aquellos que la nombraron dándole existencia desde sus mentes ya la hubiesen condenado al dolor. Probablemente con una patología grave, no sé si solo un trastorno afectivo como es diagnosticada en la película (maníaco-depresiva) sino tal vez con una enfermedad más compleja (esquizo-afectiva), que combina síntomas esquizofrénicos y trastornos del afecto. Los primeros se manifiestan en la alteración del pensamiento que se evidencia en la idea delirante acerca de un parásito que vive dentro de su cerebro y le hace cruces en el cráneo por diversión. Solo muriendo puede liberarse de éste. Este parásito nos muestra la invasión que sufre su mente por un objeto sádico que lesiona su capacidad de pensar convirtiéndola a ella también en una persona peligrosa, destructiva y mensajera de muerte (cruces). Al mismo tiempo los signos del trastorno en el afecto se expresan en un cuadro melancólico, depresión psicótica, que la lleva a intentos de suicidio como el incendio del apartamento. El asesinato de los niños se ejecuta probablemente como una manera de liberarse de sus propios aspectos infantiles proyectados en sus hijos que le impiden funcionar como esposa y madre. Matarlos también puede ser una forma de vengarse del esposo quien le adjudica mediante el embarazo la responsabilidad de cuidar a tres niños para luego dejarla sola mientras trabaja y bebe. Decía Medea, en la tragedia de Eurípides: “Dicen que vivimos en la casa una vida exenta de peligros, mientras ellos luchan con la lanza. Necios. Preferiría tres veces estar a pie firme con el escudo que enfrentarme al parto una sola vez”. Por último, el filicidio muestra la destructividad de la locura sin contención que conduce a la actuación que acaba con toda la familia. Freud decía: “Los buenos son los que se contentan con soñar aquello que los malos hacen realidad”.

Antes de pasar al segundo sueño revisemos brevemente las entrevistas a los dos pacientes de la institución: Peter Bering el psicótico que le desfigura la cara a la enfermera y Mrs. Corn, quien asesina a su esposo con un hacha.

Peter dice: “este es un mundo enfermo”. En su delirio, los otros son los asesinos y merecen la muerte (repite: para ellos la cámara de gas). La división que hace entre buenos y malos, blancos y negros (racismo) es expresión de su escisión. Esta entrevista pone en contacto a Andrew con su propio superyo sádico evidenciado en el campo de concentración. Las guerras se producen sobre la base de la proyección y la disociación (buenos y malos).

Mrs. Corn, parece más normal, sin embargo, luego nos muestra su lógica al igual que sus trastornos sensoperceptivos. Afirma que si un esposo te pega y es infiel cortarlo en pedazos con un hacha es lo más natural. Creo que si nos ubicamos en el momento histórico de la película, después de la segunda guerra mundial, la violencia y la locura parecen estar explicadas y justificadas socialmente. Ella habla de la TV y las bombas, mostrando como el desarrollo de la ciencia y la tecnología puede servir tanto para el Eros y como para el Tánatos. Entretenimiento y muerte. Le dice a Teddy que corra, ella ya no puede salir, ese sanatorio es lo único que la contiene y cuida en un mundo marcado por la violencia de la guerra.

Después de las entrevistas se desata la tormenta. La aproximación a la verdad crea una vivencia de catástrofe debido a la pérdida del equilibrio patológico que logra la enfermedad a la cual se produce una adaptación que no es fácil de suprimir. Sin embargo, la pareja analítica unida, busca la verdad en medio de la obscuridad y riesgos de lo desconocido, despojándose de protecciones y defensas (impermeables) para acercarse al conflicto. Es posible, entonces, conocer el delirio oculto por la confianza que brinda el vínculo terapéutico y se empieza a hablar de la locura. Teddy le cuenta a Chuck todo sobre Andrew Laeddis. Le duele pensar, vomita de nuevo y la medicación, como en la actualidad, alivia la sintomatología en los casos que lo ameritan.

Segundo sueño: Este sueño evacuativo que permite la descarga de la psicosis inicia con la nieve mostrando pequeñas partículas que aluden a la fragmentación del yo y a la frialdad (aislamiento afectivo) con que los soldados, entre ellos Andrew, caminan entre cadáveres. La imagen de una madre y su hija muertas en el campo de concentración condensa su tragedia personal. La niña le acusa: “debiste habernos salvado”. Frase que evidencia su culpa persecutoria y la conversación que sostiene muestra el intento que hace su psique a través del sueño de elaborar su conflicto interno. Una parte de sí mismo le acusa y otra intenta explicar porque no pudo hacerse cargo de la situación y el sufrimiento que esto le produce. En la consulta acompañamos a los pacientes cuando se reclaman a sí mismos para ayudarlos a comprender más que a juzgar. Estos reclamos muchas veces son derivados a otros para no contactar con el dolor que los errores y las pérdidas provocan.

En este sueño, podemos ver el encuentro de Teddy con Andrew, tal y como él se ve a sí mismo. El monstruo. Dividido en dos por una horrible cicatriz (¿la guerra? Tal vez, o una guerra previa en su historia infantil desconocida en la película). Con ojos de diferente color para mostrar más claramente su asimetría, alcohólico, adicto al cigarrillo, culpable y psicopático. Él se transforma de repente en el terapeuta: transferencia narcisista le llamaba Freud, para diferenciarla de la transferencia neurótica mas edípica, correspondiente a un período psíquico mas estructurado en el cual el yo se distingue mejor del no yo. Neurosis vs psicosis, más regresiva, aunque desde entonces, ya Freud planteaba la idea de un continuo que el psicoanálisis postfreudiano ha desarrollado. Actualmente entendemos un funcionamiento mental más abstracto y móvil que el de la lucha de fuerzas de Freud, una visión de la mente que contiene estados psicóticos o traumatizados conjuntamente con un funcionamiento mental más sano. El sueño también muestra como el protagonista siente haber participado en la destrucción de su familia.

Las celdas del pabellón C muestran la prisión de la locura, su deterioro. El psicótico que dice: “te toqué, es tu turno” como si jugara a La Ere, le recuerda a Andrew que no puede seguir proyectando. El terapeuta lo deja solo para atender a otro como sucede en el análisis entre sesión y sesión, los fines de semana y vacaciones y Andrew enciende un fosforo en medio de la obscuridad de su mundo interno. Esa separación produce desconfianza y rabia en el paciente quien le dice “aquí sigo solo”, colocándose en el abismo (como nuestros pacientes en sus actings out) para luego sentir que con su rabia ha destruido al propio terapeuta. Frente a esta angustia alucina, es asaltado por ratas que roen su mente, comen de él. Aspectos psicóticos que se alimentan de la destructividad, odio y miedo. Muy resistentes en todos los tiempos. Una conversación con R. S., en su alucinación, muestra la lobotomía como una forma de escape que también implica la pérdida de la persona que él es. Dice: “Una persona no puede perder todos sus recuerdos” y Rachel Solando le oferta la neurocirugía como una manera de conseguir un hombre que no sienta dolor, temor, ni lástima. Finalmente, Teddy recuerda a su terapeuta y va en su búsqueda para enfrentar la verdad en el faro. Este último, símbolo habitual de luz que guía en la obscuridad es en el film el lugar fálico de castigo, castración mental o alivio, para aquellos que no contaban con los recursos y tiempo suficiente para elaborar y reparar.

Esta película me permitió pensar que mas allá de no tener historias tan siniestras como la de Andrew, en cada uno de nosotros, en nuestro mundo interno, hay duelos, culpas, rabias, asesinatos. Niños internos desamparados, sufriendo, perseguidos por aspectos hostiles o inclusive muertos. Por eso vemos el terror proyectado en las salas de cine para sentirnos seguros comiendo mientras otros, los personajes, viven sus horrores. Si no integramos estos aspectos bajo el amparo de un análisis cuando no haya sido posible hacerlo mediante la protección de los padres en la infancia estaremos atrapados o mutilados para vivir. Creo que la verdadera libertad está en el encuentro con uno mismo y ese encuentro requiere de fortaleza para recuperar la esperanza por más malos tiempos que estemos viviendo. No debemos olvidar que también contamos con el amor, la creatividad y la inteligencia como recursos. El análisis no es la panacea, tampoco es un camino fácil ni rápido, pasa por momentos de obscuridad, incertidumbre y miedos, no obstante, ofrece consuelo, comprensión, esperanza y paciencia para acompañar en el camino del crecimiento hasta donde sea posible. Muchas Gracias.

 

[1] Trabajo presentado en la ASOVEP el 13/03/2015.

 

CINEFORO: LA ISLA SINIESTRA

Dra. Valeria Montaña

Marzo, 2015

 

La película que acabamos de ver como todas las manifestaciones humanas pero sobre todo aquellas vinculadas al arte, se nos presentan como valiosas oportunidades para adentrarnos e intentar comprender la complejidad de la vida psíquica. La Isla Siniestra es una obra de Dennis Lehane que corresponde al género de la novela negra: de intriga y terror y que fue adaptada y llevada al cine por Martin Scorsese. En ella se narra una historia de ficción en la que al lado de los investigadores, Teddy Daniels y Chuck Aule, vamos experimentando el tránsito desde una realidad que creemos cierta y objetiva, pasando por la confusión entre la realidad y la fantasía para, finalmente, llegar al encuentro de una realidad ineludible, impactante y aterradora, que nos lleva a acercarnos a lo que podría ser la experiencia delirante de un paciente psicótico.

En mi aproximación tomaré como vértice de observación psicoanalítica el desarrollo del proceso analítico, la relación que se va dando entre paciente y terapeuta, pero fundamentalmente sobre las vicisitudes por las que atraviesa el terapeuta durante este proceso, como una forma de acercarlos a la comprensión de nuestrotrabajo como psicoanalistas.

A lo largo de la película vemos cómo los tres psiquiatras principales, ninguno de ellos psicoanalista, tienen aproximaciones diferentes hacia sus pacientes. El mayor de ellos, el Dr. Naehring, pertenece a la vieja escuela que consideraba la reclusión, la sedación y la lobotomía transorbital como tratamientos óptimos para los pacientes psicóticos. Por otro lado, el director del Hospital, el Dr. Cawley, da respaldo a un tratamiento diferente. Ante la insistencia de Anderw Laeddis en referirse a los pacientes como delincuentes violentos, asesinos y prisioneros, Cawley continuamente hace correcciones refiriéndose a ellos como pacientes a los que intenta curar o por lo menos dar cierta calma. Opta por dar oportunidad a un novedoso tratamiento, desde la posición de un experimentador que pone a prueba las nuevas teorías. Habla de tratarlos en lugar de juzgarlos y de escucharlos con respeto intentando entenderlos. Combina el tratamiento psicoterapéutico con el farmacológico, ya que, para la década de los años 50, en los que transcurre la historia, la comprensión de la bioquímica de los procesos mentales permitió el acceso a psicofármacos antipsicóticos.  Finalmente, está el Dr. Sheehan, el psicoterapeuta, quien acompaña a su paciente siempre de cerca en todo el recorrido que emprende hacía el encuentro de sí mismo. Será este personaje sobre el que haré mayores referencias.

La idea de una investigación que busca resolver el misterio de la desaparición de una peligrosa asesina, Rachel Solando, constituye el tema central de la trama de la película y esto nos sitúa desde el inicio en el matiz emocional amenazante y persecutorio que impregnará la investigación o, metafóricamente, el desarrollo del proceso psicoanalítico hacia la verdad inconsciente de Laeddis, para quien aspectos de si mismo han sido escindidos, proyectados y negados, en un intento omnipotente por hacer desaparecer eventos de su vida y partes de sí mismo que le resultan intolerables y aterradores.

La presencia de Chuck, como asistente-terapeuta, parecen causar extrañeza en el protagonista, quien de entrada no confía en su acompañante pero progresivamente va otorgándosela al sentir que se refuerza su posición de control y omnipotencia cuando Chuck le dice que ha oído hablar de “la leyenda de Edward Daniels, el inigualable”, este hecho se ve reforzado por la actitud de cuido y acercamiento respetuoso que le muestra su compañero. Va permitiendo que el terapeuta se vaya adentrando en una versión que resulta un poco más tolerable de su historia personal. Es así como la alianza terapéutica pone de manifiesto un importante aspecto del paciente que se ve movido a proseguir con el proceso psicoanalítico, colaborar y conocer de su realidad interna.

El autor del libro, y luego, magistralmente el cineasta, nos sitúan como espectadores ante una atmósfera lúgubre, bajo un cielo que amenaza tormenta y en camino a una isla de la cual no es fácil salir. Se muestran las imágenes que el protagonista va encontrando en su recorrido hacia la cárcel- hospital psiquiátrico: muros de piedra, cercas eléctrificadas, fuerte custodia policial. Todo este escenario nos introduce y lleva a contactar con intensas vivencias de desconfianza paranoide, temor a que se desate la tormentosa vida afectiva, la sensación de encierro y atrapamiento producto de las identificaciones proyectivas patológicas (que conllevan la conformación de objetos bizarros) y las férreas defensas que se han instaurado para garantizar un precario equilibrio.

De la misma manera las asociaciones libres, los sueños y otras manifestaciones del inconsciente de nuestros pacientes, van conformando para el psicoanalista ese escenario de sensaciones, emociones, contenidos verbales y no verbales que recibimos e intentamos contener con la intención de tramitar, integrar y dar sentido para, progresivamente según el timing del paciente, ir devolviendo de una forma más asimilable. Somos, para valernos de las metáforas que he empleado hasta ahora, espectadores activos, investigadores que vamos acompañando de cerca a nuestros pacientes y que, como en el caso de Chuck (el Dr. Sheehan), permite que sea su “Jefe”-paciente quien guíe los caminos de la investigación hacia la verdad de su inconsciente.

La pareja de investigadores se va adentrando cada vez más hacia la cárcel-hospital psiquiátrico: las puertas se van abriendo y las armas deben ser entregadas. Es así, como el proceso psicoanalítico avanza en su recorrido hacia la interioridad del paciente y las defensas son resignadas para permitir que lo inconsciente pueda tener acceso a la conciencia.

Si bien el planteamiento de la película corresponde a una situación de ficción y por tanto irreal en la que el tratamiento pone en escena como en una obra teatral a los personajes y las situaciones conflictivas, es cierto que en el caso del proceso psicoanalítico, de una manera inconsciente, se despliega una especia particular de ficción que recibe el nombre de transferencia y contra-transferencia.

Por medio de la transferencia se hace posible que el paciente desplace y actualice en la figura del analista sus deseos y fantasías inconscientes, repitiendo así prototipos infantiles del pasado en el presente. Nos se trata de representar el rol o responder desde el lugar en el que nos coloca el paciente, pues esto constituiría una actuación, una contra-identificación proyectiva, pero sí el analista va a recibir las identificaciones proyectivas para así entender desde nuestra experiencia subjetiva la cualidad y el sentido de lo que parece poder ser comunicado solo por ésta vía.

En contrapartida, al conjunto de reacciones inconscientes del analista frente al analizando, especialmente frente a la transferencia de éste, la denominamos contra-transferencia.

A lo largo de la película el protagonista parece depositar en cada uno de los tres psiquiatras aspectos parciales de sus deseos y fantasías inconscientes, intentando preservar a su psicoterapeuta de la desconfianza y la violencia. Sin embargo, en forma de transferencia negativa, la intolerancia a la frustración y el predominio de los impulsos destructivos, se ponen en evidencia también en esa relación llegando a su máxima intensidad cuando el protagonista desea, fantasea y alucina la muerte del terapeuta. Como consecuencia de su ataque agresivo aparece la angustia persecutoria plasmada en la imagen de decenas de ratas que como objetos parciales amenazas con alcanzarlo, invadirlo y atacarlo. Dada la movilidad de la transferencia, en otros momentos, se aprecia el intento por rescatar al analista y al vínculo que con éste se ha desarrollado, en lo que podría ser una tentativa reparatoria movida por la pulsión de vida.

La transferencia psicótica se lleva a cabo a través de identificaciones proyectivas patológicas que le dan la característica de ser fragmentada en múltiples partículas,  ser prematura, masiva y de intensa potencia agresiva. Es así, como la contra-transferencia del analista implica experimentar violentas sensaciones en forma de sentimientos de angustia, desorganización, confusión, indefensión, pánico, despersonalización, entre otros. Esta constituye la única forma que tiene el paciente para comunicar al analista sus sensaciones más intolerables y primitivas pero por estar cargadas de intensa violencia se transforman en un ataque a la capacidad para pensar del analista y un ataque al vínculo analítico creativo y vital. Esta situación emocional puede despertar las resistencias del propio analista que como en el caso de Chuck (Dr. Sheehan) se muestra torpe e indeciso al momento inicial de dejar su arma como muestra de su temor a sentirse desprotegido frente a las potentes vivencias que tocará experimentar durante el proceso que van a emprender, o en su indecisión al momento de acompañar al protagonista en su incursión en el Pabellón C y adentrarse en los espacios más oscuros y reprimidos de su mente.

Podríamos tomar al conjunto de situaciones por las que van atravesando el protagonista y su compañero a lo largo de la película como los diferentes momentos del proceso psicoanalítico en los que los avances, estancamientos e, inclusive, retrocesos marcan su evolución natural. Ambos indagan, se van acercando a lo inconsciente desaparecido. El asistente-terapeuta permanece al lado del Jefe-paciente, lo sigue, observa, escucha, y pregunta,  pues es el paciente el que nos habla de su inconsciente y los psicoanalistas vamos traduciendo, integrando y dando sentido para así descifrar lo inconsciente ignorado por el propio paciente pero que le pertenece.

Vemos cómo las diferentes escenas, por ejemplo, de las serigrafías antiguas acerca de la locura, aquella en la que el Dr. Cawley expone detalladamente el caso de Rachel Solando, el encuentro con el Dr. Naehring y más adelante con la misma Rachel Solando y luego con George Noyce constituyen nuevas evidencias para la investigación tal como a lo largo del proceso psicoanalítico las interpretaciones comunican deducciones del sentido latente de las vivencias del paciente. Es por esta vía que el protagonista, acompañado de su asistente-terapeuta, va acercándose a realidades que le pertenecen, a sus propios impulsos destructivos que se han puesto de manifiesto en odio y violencia asesina, crueldad y venganza. El ataque no sólo ha sido colocado en el afuera también ha sido dirigido contra sí mismo a través de la conformación de un superyó sádico que le hace sentir que no merece perdón, sólo castigo a través de un sufrimiento agónico.

Todo ello genera un fuerte impacto emocional en el protagonista, tal como la fuerza violenta de la naturaleza lleva a la tormenta a transformarse en huracán,  la fuerza arrasadora y destructiva con la que se viven los acontecimientos del mundo interno se traducen en somatizaciones como la fotosensibilidad ante la luz de una verdad enceguecedora, las intensas migrañas que dan expresión al dolor psíquico intolerable así como las náuseas y vómitos que buscan devolver lo no asimilable. Se presentan, además, los flash-backs a las situaciones traumáticas de la guerra, los sueños cargados de simbolismo inconsciente y las alucinaciones que contienen múltiples aspectos de sí mismo. Todos éstos síntomas y manifestaciones del inconsciente, incluyendo el delirio que está presente desde el inicio, constituyen para el psicoanalista una forma de expresión, la forma que toma lo irrepresentable, impensable, inadmisible e incomprendido, una puesta en escena que busca ser escuchada y comprendida profundamente.

El proceso psicoanalítico transcurre, como les comentaba anteriormente, entre avances, estancamientos y retrocesos que nos muestran la lucha conflictiva entre una parte de nosotros mismos que busca conocer de la verdad de nuestro inconsciente y otra que se defiende, intentado ocultarla en la mentira. Vemos momentos en los que el protagonista busca persistentemente conocer de su verdad inconsciente como cuando se esfuerza en descifrar la evidencia de “La Ley del 4. ¡Quién es el 67?” o cuando intenta alumbrar con un frágil fósforo los escondidos y oscuros recovecos de las celdas representantes de los espacios desconocidos de su mente. En otros momentos, por el contrario, se hacen evidentes las fuertes resistencias colocadas en los policías que no colaboran y se muestran desanimados, momentos en los que la búsqueda se topa con terrenos intrincados en los que se hace difícil la exploración, aparecen olas que golpean con fuerza, riscos peligrosos, cuevas inaccesibles y hiedras venenosas, mostrándonos todos los obstáculos que impiden el avance del proceso en la investigación al inconsciente. Esto llega al punto de concretarse en el impasse en el vínculo con el terapeuta, el acting out al agredir violentamente al paciente recluido en el pabellón C y, finalmente, en un conato de interrupción del proceso cuando el protagonista decide impulsivamente dejar la investigación.

Ciertamente, el dilema que se le presenta al protagonista entre investigar o huir, correr, silenciar, es el dilema que se enfrenta en la experiencia del proceso psicoanalítico, planteado en términos de saber o no saber, entre optar por la verdad o la mentira o, entre estar despiertos o estar dormidos.

En las escenas finales en el faro se muestra un intento desesperado del Dr. Cawley y el Dr. Sheehan por confrontar al protagonista con la negada verdad inconsciente, pues la amenaza de la lobotomía está cada vez más cerca. Presenciamos la angustia y la confusión entre realidad y fantasía delirante y cómo la furia y el dolor ante la verdad ineludible dan paso posteriormente a la recuperación del recuerdo de la situación traumática. Como espectadores activos, vivimos al igual que Laeddis, el impacto por una situación aterradora, que nos confronta con el horror y la desesperación, creando una intensa conmoción interna, la cual no es tolerada por al protagonista quien se desmaya como recurso también desesperado por desconectarse con un dolor abrumador.

Para estos momentos, el protagonista es capaz no solo de recordar sino de intentar enfrentarse a su sentimiento de culpa persecutoria por no haber asumido la enfermedad mental de su esposa y dejar desprotegidos a los niños a su lado. Se siente asesino de su esposa y también de sus hijos. El insight de esta situación lo acerca a sus propias fantasías y deseos filicidas y homicidas, que corresponden a la situación inconsciente presente detrás del trauma, que en su caso se concretó en la realidad.

Sin embargo, los psicoanalistas sabemos que el insight es solo una parte del proceso y que es el trabajo de elaboración el que requiere de una tarea más larga, paciente, repetitiva y dolorosa en el recorrido que nos conduce al cambio y a la evolución psíquica.  Es por este motivo que los procesos psicoanalíticos toman tanto tiempo, en ellos se buscan hacer propias no solo las verdades personales sino también la función analítica que nos permitirá contener esas realidades y continuar tramitando nuestro mundo inconsciente.

En el caso de Andrew Laeddis, la compulsión a la repetición en ese “bucle sin fin” que parece rebobinarlo, tal como dice el Dr. Cawley, nos muestra la fuerza de la pulsión de muerte que lo arrastra hacia la destrucción a través del alcoholismo, del delirio persecutorio alienante y, finalmente, concretado en la decisión de optar por la lobotomía transorbital, que representa una forma de muerte psíquica.

La desesperanza invade a su psicoterapeuta y al Dr. Cawley, quienes se resignan a lo que sienten como el doloroso e inevitable destino de su paciente, representando para ellos un fracaso terapéutico ante el intenso furor curandis. En esta situación emocional, y ante el impactante comentario de Laeddis en relación a: “qué sería peor: ¿vivir como un mounstro o morir como un hombre bueno?”, el Dr. Sheehan nos coloca frente a un polémico final:  su terapeuta ¿duda del estado delirante de su paciente y no logra dar suficiente crédito a su apreciación quizás por estar agobiado por sus propios reproches superyoicos?, ¿se contra-identifica proyectivamente con su paciente apoyándolo, con su inhibición, a optar por la salida más desesperanzadora y destructiva?

Terminamos aquí con éstos interrogantes como forma de dar comienzo a nuestro intercambio.

Gracias.