Vivir, duele. Una revisión de El Extranjero de Camus, por María Dolores Ara

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Albert Camus (1913-1960) dijo del poeta francés René Char que “estaba en la cumbre de nuestro derrumbe”. Es lícito pensar que hablaba de sí mismo en tiempos en los que nuestro derrumbe era apenas un esbozo. Hoy, bajo los escombros, nos preguntamos qué sentido tiene en este siglo de individualismo fotografiado, de ambigüedades morales, de fanático relativismo y sumisión al no-ser de la virtualidad, releer a un escritor cuya preocupación raigal es responder a la pregunta: ¿Qué es lo humano?

Camus escribe sobre el rostro desgarrado de la Europa herida por la Segunda Guerra Mundial. Una Europa degradada por la inmoralidad que corroía principalmente a las instituciones fundadoras de certezas: gobiernos e iglesias. Credos, ambos, donde se imponen verdades forzadas que pervierten la libertad intrínseca del ser. Dogmas a caballo de otros dogmas para castrar al hombre común que queda atrapado bajo su angustia y el disparate del mundo. El duelo entre la pasividad escéptica del individuo extraviado y el mundo absurdo que se hace inabordable es lo que nos cuenta El Extranjero.

Camus, en El Extranjero ( 1947) parece hacer una defensa del ser humano, pero no. Lo que defiende es lo humano del ser, lo humano de la vida como valor sagrado, siempre y cuando cumpla con condiciones para ser tildada de tal.  Se trata de una filosofía vivencial y vital expuesta con una honestidad y una lucidez trágicas. Mersault, protagonista y mártir,  no sabe, ni quiere, fingir. Es un idealista escindido y excéntrico. Bello y extraño, que nos atrae, pero a quien tememos: un unicornio suelto entre aves de corral.

Mersault solo se conecta e integra con  la naturaleza. Ella lo recibe pura, mágica y poderosa en su autenticidad. El mar y el sol de Argelia son madre, patria y amor a la vez. Le otorgan la compañía, la comprensión y la ayuda que la sociedad de los hombres le niega. Mersault es un expulsado, un réprobo de la deshumanización que encuentra refugio en el agua salada y la arena caliente del Mediterráneo. El paisaje es lo único que, como él, no miente.

Nace un anti-héroe solitario, apático, que “no –hace” o hace “sin saber”. Un hombre al margen de la tiranía de las convenciones, a las que considera mentiras para funcionar bien, y entre las cuales incluye al amor. Un hombre sin ambición ni futuro. Desvinculado del tejido social, un mutilado que no siente, ni aparenta sentir. Un hombre que no usa coartadas agotadoras para complacer al entorno: no llora la muerte de la madre, no promete amor eterno a Marie, no niega haber matado a un hombre sin motivo. No se defiende. Mersault, irrita. Exhibe el dolor de vivir sin sentido con una pureza despiadada.

Mersault es el producto de un mundo que se desnaturaliza a pasos agigantados. Es el representante de la desesperanza aceptada. Es el hombre que sin aspiraciones metafísicas, se niega a secundar valores pre-estructurados y escapa de las formas para ir a dar a ninguna parte. No tiene cabida si no tiene una forma aceptada y aceptable.

Camus construye a Mersault, y se construye, a partir de los postulados de Nietzche, Sartre y la teoría del absurdo. Como Nietzche, niega los valores suprasensibles, portadores de verdades, las desnuda dejándolas vacías, muestra la vida como una decepción agotadora e invita a construir una vida que no se niegue a sí misma rindiéndose a estructuras rígidas desoladoras. Acompaña a Sartre en su viaje existencialista en cuanto a integrarse al humanismo como anclaje, en cuanto a definir el ser en cada acto libre , en cuanto a responsabilizarnos por lo que somos más allá del individuo y hacernos en un todo que construya la humanidad entera. Se alejará de Sartre en el planteamiento violento de la acción revolucionaria, en el desencanto por la discriminación ante la participación de las colonias en el partido comunista francés y, sobre todo, en el uso del fin que justifica los medios para el logro de cualquier meta.

El tema del absurdo lo recoge la literatura desde el existencialismo filosófico. Revela la contradicción entre el anhelo humano de armonía y el verificable caos del mundo. El mundo se resiste a la acción auténtica del hombre libre. Por eso, Sísifo es su mejor ejemplo: subir la piedra a lo alto de la montaña sabiendo que volverá a caer, inexorablemente, pero aun así, empeñarse en empujarla como afirmación de una presencia irreductible. Cada nuevo empeño refuerza su condición de hombre libre y victorioso. El absurdo no lo derrota. Subir la piedra, es el único acto con sentido. Me rebelo, luego soy.

Camus nos dice hoy, que es imprescindible contar con un nuevo Humanismo. Un Humanismo revisado y corregido. Que es necesario encontrar lo humano que perdimos. Camus nos invita a rechazar el fraude que somos. Ahora.